Recibido: 25 de agosto de 2025
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Publicado en Observatorio Político sobre América Latina y el Caribe
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Aprobado: 28 de agosto de 2025
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Cómo citar (APA, séptima edición):
Rodríguez Gamón, K. (2025). Elecciones presidenciales en Bolivia: Anatomía del fin de un ciclo histórico. Revista Científica Universitaria Ad Hoc
“Este es un dilema que los candidatos del progresismo deben responder con una sola actitud: la unidad”. (Moldiz, 2024)
Hugo Moldiz,
exministro de Gobierno de Bolivia
“El resultado final de este miserable fratricidio es la derrota temporal de un proyecto histórico y, como siempre, el sufrimiento de los humildes, que nunca fueron tomados en cuenta por los dos hermanos embriagados de estrategias personales”.(García Linera, 2025)
Álvaro García Linera,
exvicepresidente de Bolivia
El pasado 17 de agosto tuvieron lugar las elecciones presidenciales y parlamentarias en Bolivia, en un plebiscito de enorme trascendencia histórica. Las cifras ubicaron en la segunda vuelta a Rodrigo Paz, candidato del Partido Demócrata Cristiano (PDC) con un discurso renovador y orientado a la transparencia, y a Jorge “Tuto” Quiroga, quien compite por la Alianza Libre con una propuesta liberal-conservadora. En contraste, el Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP)1 quedó en una posición marginal. Los resultados de esa jornada evidenciaron el cierre de un ciclo en el que la izquierda, que había transformado el país desde 2006, perdió su lugar como fuerza hegemónica. Esto refleja no solo un elevado nivel de desgaste, sino también la profundidad de las fracturas internas que impidieron consolidar una candidatura competitiva. La fragmentación de la izquierda, sumada a la reorganización de fuerzas de derecha y centro-derecha, consolidó un escenario en el que el MAS dejó de ser el eje articulador del sistema político, dando paso a una dinámica multipartidista en la que nuevos liderazgos disputan la conducción del país.
Antecedentes: De la hegemonía del MAS a la lucha de facciones
La llegada del MAS al poder en 2006, con Evo Morales a la cabeza, fue resultado directo del desgaste de los gobiernos neoliberales de las décadas de 1980 y 1990. Las políticas de ajuste estructural, aunque estabilizaron la economía, profundizaron desigualdades y debilitaron a sindicatos y movimientos campesinos, mientras los partidos tradicionales se hundían en corrupción y crisis de representación. En ese escenario, acentuado por la Guerra del Agua2 (2000) y la Guerra del Gas3 (2003), el MAS logró articular el descontento social y convertirse en la fuerza política hegemónica.
Durante el periodo 2006–2019, el partido impulsó transformaciones decisivas como la refundación del Estado con la Constitución de 2009, la nacionalización de hidrocarburos y la expansión del rol estatal en la economía, lo que permitió reducir la pobreza y fortalecer el reconocimiento indígena. Sin embargo, a partir de 2016 surgieron tensiones internas y desgaste político por la insistencia de Morales en reelegirse, pese al rechazo popular en el referéndum del 21 de febrero. La habilitación posterior de su candidatura por el Tribunal Constitucional y los conflictos sociales, como el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS)4, erosionaron su legitimidad y mostraron un partido dependiente de la figura de Morales, sin espacio para la renovación de liderazgos.
Las elecciones de 2019 profundizaron la crisis del MAS: la interrupción del conteo de votos y las denuncias de fraude tras la proclamación de Morales como ganador frente a Carlos Mesa detonaron protestas masivas y presión internacional, desembocando en su renuncia en noviembre y en la asunción de Jeanine Áñez con apoyo policial y militar. El gobierno transitorio se caracterizó por represión y fragilidad institucional, pero la precariedad de su gestión y la violencia política, sumadas al impacto de la pandemia, revitalizaron el respaldo al MAS, que en 2020 retornó al poder con Luis Arce como candidato, capitalizando el rechazo al golpismo y a la crisis de gobernabilidad.
Sin embargo, el proceso de selección del binomio presidencial evidenció las primeras fracturas internas tras la salida de Morales. Diversas facciones disputaban la conducción del partido: Morales desde Buenos Aires, el Pacto de Unidad5 con las organizaciones sociales, la bancada parlamentaria de Eva Copa con mayor autonomía, las federaciones cocaleras del Trópico lideradas por Andrónico Rodríguez y la emergente fórmula Arce-Choquehuanca. La definición final en la “Cumbre de Unidad” de Cochabamba en 2020 otorgó el control de candidaturas legislativas a las instancias regionales, limitando el margen de Arce, pero sin resolver las tensiones, que pronto se trasladaron a cuestionamientos más abiertos sobre el liderazgo de Morales y la necesidad de una renovación generacional dentro del MAS.
La pugna entre el arcismo y el evismo se profundizó a partir de las diferencias en la concepción del MAS: mientras Arce buscó ampliar las bases del partido con un perfil más plural y moderado, Morales insistió en un modelo centrado en los sectores indígenas y en un liderazgo personalista, lo que derivó en choques internos como la defensa de Arce a su ministro de Gobierno pese a la presión del evismo. Esta disputa alcanzó un punto crítico tras el congreso de “Lauca Ñ”6 en 2023, anulado por el Tribunal Supremo Electoral (TSE), y el fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) contra la reelección indefinida, lo que debilitó a Morales y lo enfrentó abiertamente al gobierno. Desde entonces, el expresidente apeló a bloqueos y movilización social, mientras el arcismo organizó su propio congreso en El Alto para desplazarlo de la conducción formal del MAS, en un contexto de creciente polarización que se agudizó con las acusaciones de “autogolpe” tras la intentona militar de junio de 2024.7
La crisis económica en Bolivia, impulsada por la escasez de divisas y combustibles y agravada por factores externos, se convirtió en el centro del debate político a lo interno de la izquierda. Las críticas al gobierno de Luis Arce se concentraron en decisiones internas ineficaces: un tipo de cambio rígido sin reservas suficientes, medidas que acentuaron los desequilibrios y una gestión opaca que erosionó la confianza, reflejada en la caída de las Reservas Internacionales Netas a solo 1.709 millones de dólares en julio de 2025 (Banco Central de Bolivia, 2025). En este contexto, el referéndum constitucional de abril de 2024 —que proponía reformar los subsidios a los combustibles, redistribuir escaños y regular la reelección— fue recibido con escepticismo y debilitó aún más a Arce, fortaleciendo a Evo Morales. No obstante, el conflicto interno del MAS perdió fuerza debido a la presión internacional y la falta de resultados, trasladándose al ámbito diplomático y dañando la proyección global del partido.
La fragmentación de la
izquierda boliviana
El conflicto entre Evo Morales y los sectores evistas, por un lado, y el arcismo y la oficialidad del MAS, por otro, se profundizó a partir de la sentencia del Tribunal Constitucional que inhabilitó al exmandatario en 2024. Morales respondió con movilizaciones y bloqueos que pusieron en jaque al gobierno, mientras que Luis Arce, con una popularidad en declive, optó por no buscar la reelección. La pugna por la sigla del MAS terminó favoreciendo a los arcistas, pero esa victoria judicial no resolvió la crisis; por el contrario, aceleró la confrontación entre un evismo radicalizado y una dirigencia oficialista debilitada, revelando la fractura estructural del partido.
La radicalización de Morales y su decisión de promover el voto nulo frente a la candidatura arcista de Eduardo del Castillo significó el quiebre definitivo de la unidad masista. La narrativa de “traición” que Evo utilizó contra sus antiguos aliados reflejó no solo la pérdida de influencia en el plano institucional, sino también la incapacidad de recomponer el vínculo entre las distintas corrientes que lo habían acompañado en el pasado. Esta situación condujo a un escenario en el que la disputa dejó de girar en torno a la continuidad del “proceso de cambio” y pasó a convertirse en una competencia de liderazgos y proyectos personales. El resultado inmediato fue la fragmentación del MAS en nuevas organizaciones políticas, debilitando de forma irreversible al bloque que durante dos décadas articuló a la izquierda boliviana.
La crisis interna del MAS no solo debilitó al partido, sino que fracturó al conjunto de la izquierda boliviana, dando lugar a un mosaico de proyectos sin un liderazgo unificador. Andrónico Rodríguez impulsó la Alianza Popular como renovación generacional; Eva Copa consolidó Movimiento de Renovación Nacional (Morena) con base en El Alto y sectores juveniles; y el arcismo retuvo la sigla oficialista bajo Eduardo del Castillo, aunque con respaldo marginal. Esta dispersión alcanzó también a las organizaciones sociales: el Pacto de Unidad se dividió entre apoyar al oficialismo, a Rodríguez o mantenerse expectante; fracciones de la Central Obrera Boliviana (COB) se inclinaron hacia Morena sin respaldo formal; y el movimiento indígena se partió entre simpatías parciales a Copa y Rodríguez en el altiplano y distanciamiento en el oriente. Así, las elecciones del 17 de agosto de 2025 encontraron a la izquierda fragmentada en lo político, sindical y territorial, confirmando que la crisis del MAS había erosionado su antiguo bloque histórico.
El reordenamiento de la
derecha boliviana
Durante los casi catorce años de gobierno de Evo Morales (2006–2019), la oposición boliviana no logró consolidarse como alternativa real frente a la hegemonía del MAS, debido a su fragmentación, la ausencia de una propuesta programática común y el peso de factores que fortalecieron al oficialismo, como el éxito económico de las nacionalizaciones, la inclusión de sectores históricamente marginados y la cooptación de élites empresariales y conservadoras. En las elecciones de 2005, 2009 y 2014, las plataformas opositoras (Podemos8, Plan Progreso para Bolivia-Convergencia Nacional (PPB-CN)9 y Unidad Demócrata10) se limitaron a ser vehículos electorales de candidatos sin continuidad política, lo que acentuó la dinámica de un sistema marcado por el eje MAS–antimasismo más que por partidos sólidos. Incluso el desafío secesionista de la “Media Luna”11, respaldado por élites regionales y con apoyo externo, fue derrotado mediante la movilización social, lo que reforzó la legitimidad del MAS y consolidó la imagen de Morales como garante de la unidad nacional (Gaudichaud, Webber y Modonesi, 2019).
Tras la salida de Evo Morales y el gobierno transitorio de Jeanine Áñez, la oposición intentó legitimarse como defensora de la democracia frente al retorno del MAS con Luis Arce en 2020, pero su narrativa quedó atrapada en los efectos judiciales de los hechos de 2019. La condena de Áñez y el arresto de Luis Fernando Camacho en 2022 reconfiguraron el campo opositor, que en lugar de articular un proyecto alternativo se limitó a denunciar persecución y movilizarse en torno a un discurso regionalista y radicalizado, especialmente en Santa Cruz. El conflicto por el censo de 2022, aunque logró instalar el debate a nivel nacional, terminó debilitando al movimiento al no traducirse en un proyecto de alcance nacional. Hacia 2023 y 2024, las fracturas internas —como la ruptura entre Creemos y la Unidad Cívica de Solidaridad (UCS)12 tras la detención de Camacho, la irrupción de Súmate liderado por Manfred Reyes Villa y los reiterados fracasos en la formación de coaliciones— evidenciaron la dispersión programática y la incapacidad histórica de la oposición para consolidarse en una alternativa cohesionada frente al oficialismo.
Pese a la persistente dispersión, hacia 2024 surgieron intentos de articulación opositora que buscaban superar la lógica caudillista y regional. Destacó la reunión en Washington en mayo, donde partidos, analistas y empresarios debatieron una estrategia conjunta frente al MAS, y el Pacto Liberal de noviembre en La Paz, impulsado por Manfred Reyes Villa, que introdujo mecanismos como primarias ciudadanas y encuestas para definir candidaturas. Sin embargo, a finales de ese año la oposición aún carecía de una propuesta programática sólida y seguía limitada por divisiones internas, centrando su unidad únicamente en el objetivo de derrotar al oficialismo.
De cara a las elecciones presidenciales, el reordenamiento opositor se aceleró con Jorge Quiroga (Alianza Libre) perfilando un discurso liberal-conservador, Rodrigo Paz (PDC) emergiendo como opción centrista y renovadora, Samuel Doria Medina reactivando su plataforma con énfasis en estabilidad macroeconómica y alianzas público-privadas, y Reyes Villa (Autonomía Para Bolivia-Súmate) consolidando un liderazgo pragmático de base municipal-regional. A este escenario se sumaron actores cívicos y empresariales que ampliaron la base social del bloque, aunque la proscripción de Jaime Dunn en julio de 2025 truncó el ascenso de Nueva Generación Patriótica (NGP), debilitando una posible renovación generacional y tecnocrática frente a los liderazgos tradicionales.
En este marco, las diferencias entre Quiroga y Paz organizaron el terreno partidario: el primero defendía un ajuste rápido con reformas pro-inversión y autonomía regulatoria, mientras el segundo apostaba por un gradualismo institucionalista basado en descentralización, transparencia y coaliciones subnacionales. Doria Medina se posicionó como bisagra cercana al libre mercado pero con sensibilidad social, y Reyes Villa aportó maquinaria territorial y gestión pragmática. Así, el 17 de agosto de 2025 la oposición de derecha y centro-derecha se presentó como un arco amplio que, pese a sus variaciones de enfoque, coincidía en estabilización, transparencia y atracción de inversiones, aunque enfrentaba el desafío de convertir esa heterogeneidad en coordinación sostenible y superar la fragmentación que históricamente la había limitado.
Sobre los resultados
Las elecciones presidenciales y parlamentarias del 17 de agosto de 2025 supusieron un vuelco histórico en la política boliviana. Por primera vez desde la instauración de la segunda vuelta, ningún candidato alcanzó el umbral necesario para imponerse en primera instancia, lo que obligó a que Rodrigo Paz (Partido Demócrata Cristiano) y Jorge “Tuto” Quiroga (Alianza Libre) se enfrenten en un balotaje fijado para el 19 de octubre. Este hecho rompe con una tradición de dos décadas en la que la fuerza dominante —casi siempre el MAS— aseguraba mayorías amplias en la primera ronda.
En paralelo, los resultados legislativos marcaron un quiebre aún más contundente: el oficialismo perdió la totalidad de sus escaños en el Senado y apenas conservó un diputado, configurando una correlación de fuerzas inédita que abre paso a un Parlamento fragmentado y con mayor necesidad de coaliciones. Este escenario obliga a pensar la política boliviana en términos de pluralidad competitiva y no de hegemonías, reflejando un cambio estructural en la dinámica del sistema.
La distribución geográfica de los votos mostró tendencias claras: el PDC dominó en los departamentos del occidente andino y en el eje metropolitano; la Alianza Libre se impuso en el oriente, con Santa Cruz y Beni como sus bastiones; mientras que Unidad Nacional (Samuel Doria Medina) ganó únicamente en un departamento, consolidándose como fuerza periférica. Este patrón territorial no solo reafirma el avance de Paz y Quiroga hacia la segunda vuelta, sino también la creciente fragmentación política y la erosión de los liderazgos formales. (Ver Fig 1)
Un factor decisivo en los comicios fue el voto nulo y en blanco, impulsado por Evo Morales, que alcanzó más de 1,4 millones de sufragios —superando incluso los votos de Jorge Quiroga— y se consolidó como una especie de “segunda fuerza política” (Órgano Electoral Plurinacional, 2025). Con una participación histórica del 88,8% del padrón, la más alta en dos décadas, este fenómeno evidenció tanto el desencanto ciudadano como la fragmentación del electorado, en la que Samuel Doria Medina, Andrónico Rodríguez (11,38%) y Eduardo del Castillo dividieron apoyos. En conjunto, las candidaturas y el voto nulo asociados al antiguo masismo representaron cerca de un tercio del total, superando a cualquier candidato individual y reafirmando a Morales, pese a su proscripción, como el principal referente de la izquierda boliviana.
El saldo para el oficialismo fue devastador. Tras casi dos décadas de acumulación de poder institucional, perdió toda representación significativa y quedó reducido a resultados marginales. La fractura entre Evo Morales y Luis Arce, arrastrada desde la presidencia de este último, se tradujo en candidaturas sin cohesión ni liderazgo unificador. Andrónico Rodríguez, pese a su intento de renovar el MAS con un discurso moderado, no logró conectar con el electorado histórico; su estrategia, marcada por reuniones desarticuladas y un perfil excesivamente personalista, lo debilitó. Eduardo Del Castillo, por su parte, cargó con el enorme descrédito de la gestión de Arce, firmando uno de los peores resultados de un partido en funciones de gobierno en la región (Vielma, 2025).
Finalmente, la emergencia de Rodrigo Paz como opción competitiva parece haberse alimentado del voto de opositores históricos, sectores desencantados de la política convencional y antiguos simpatizantes del MAS que no se sintieron representados por las candidaturas de Rodríguez o Del Castillo. De este modo, se confirma la existencia de un electorado fluctuante en búsqueda de renovación.
Consideraciones finales
La exclusión de Morales como candidato emerge como un factor decisivo que distorsionó las dinámicas políticas de la elección, dando lugar a fenómenos inéditos como la segunda vuelta, la alta abstención y el peso del voto nulo. A ello se sumó la errática gestión económica y social del gobierno de Arce, caracterizada por medidas diferidas, políticas mal implementadas y la erosión sostenida de la base material del Estado. El deterioro de las condiciones de vida y el creciente malestar social actuaron como un factor transversal e impactaron con especial dureza sobre las fuerzas vinculadas al ciclo plurinacional. Así, tanto Rodríguez como Del Castillo quedaron atrapados entre el rechazo al gobierno saliente y la imposibilidad de articular una propuesta convincente, confirmando que el masismo, pese a seguir siendo el mayor bloque político-social del país, atraviesa su momento de mayor dispersión y debilidad estratégica desde su irrupción en 2005.
La personalización del proceso en las figuras de Evo Morales y Luis Arce terminó convirtiéndose en un límite de la propia transformación que habían impulsado (García Linera, 2025). Al reducir la continuidad del proyecto plurinacional a la suerte de dos liderazgos enfrentados, el horizonte colectivo de cambio –que trasciende a los individuos y que remitía a una tarea histórica de los movimientos sociales e indígenas– quedó subordinado a disputas personales. En este juego de rivalidades, se diluyó la posibilidad de renovar el proyecto más allá de sus fundadores, erosionando así una obra que había logrado consolidar profundas conquistas sociales y políticas.
De cara a la segunda vuelta, la correlación de fuerzas muestra un escenario donde tanto Rodrigo Paz como Jorge Quiroga buscarán absorber el caudal de votos dispersos en las candidaturas opositoras menores. La experiencia de ciclos previos de la derecha boliviana –como la fragmentación durante la “megacoalición13” de los años 90 o la breve gestión de Jeanine Áñez en 2019– anticipa que la negociación de alianzas será compleja y atravesada por desconfianzas internas. Paz podría intentar construir una narrativa de renovación generacional, presentándose como un líder pragmático y tecnocrático con capacidad de tender puentes hacia sectores empresariales y urbanos desencantados. Quiroga, por su parte, apostaría a la restauración de un orden conservador clásico, reivindicando experiencia de gobierno y vínculos con los núcleos tradicionales de poder. La diferencia principal no radica en los programas económicos –ambos comprometidos con una agenda neoliberal–, sino en el perfil político: Paz proyecta una imagen de gestión moderna, mientras Quiroga ofrece continuidad de élites establecidas.
Las consecuencias de este nuevo ciclo serán visibles tanto dentro como fuera del país. En lo económico, se prevé un ajuste cambiario, reducción de subsidios y la apertura de concesiones en litio, gas y otros recursos, con impactos directos sobre el costo de vida y el empleo. Socialmente, estas medidas pueden reeditar escenarios de movilización similares a los que, en décadas pasadas, desestabilizaron a gobiernos neoliberales y abrieron paso al ciclo plurinacional. Internacionalmente, la llegada de un gobierno de derecha reconfigura el mapa latinoamericano: Bolivia se perfila como un aliado estratégico de Estados Unidos en un momento de disputa global con China y Rusia, especialmente por el control del litio. La diferencia con el ciclo previo es que, esta vez, el viraje neoliberal se da en un contexto de mayor precariedad económica interna y de crisis política acumulada, lo que puede hacer más frágil la gobernabilidad. En ese marco, el país andino podría convertirse en un escenario de nuevas tensiones geopolíticas y de agitación social de amplio alcance.
referencias
Bibliografía
Notas
Anexos
Fig. 1. Resultados de las elecciones presidenciales por departamento.
Fuente: Tomado de Wikipedia (2025), a partir de datos del Órgano Electoral Plurinacional (OEP, 2025).