Recibido: 25 de Julio de 2024

Conflicto de Intereses:

La autora declara que no existen conflictos de intereses relacionado con el artículo.

Contribución de Autoría:

No aplica

Agradecimientos:

Al maestro Alejandro Rojas Blaquier

Financiación:

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Aprobado: 25 de Agosto de 2024

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Cómo citar (APA, séptima edición):

Torres Quintana, S.(2025). Emigración y Cubanidad. Una mirada desde la ficción cinematográfica cubana. Revista Científica Universitaria Ad Hoc.

Los procesos migratorios han influenciado históricamente la formación de la identidad nacional cubana; sin embargo, estos adoptaron características peculiares a partir del triunfo revolucionario del primero de enero de 1959. Desde entonces, ha habido un aumento de la migración externa cubana, principalmente hacia Estados Unidos; se han formado importantes enclaves de cubanos en el extranjero; y las relaciones entre el gobierno revolucionario y su diáspora han estado fuertemente impactadas por las políticas hostiles del gobierno estadounidense hacia Cuba.

Por tanto, la emigración se ha convertido en un tema recurrente en la producción artística de nuestro país. En el cine, diversas aristas de este fenómeno han sido tratadas, especialmente desde la década de los ochenta, en metrajes de ficción como Lejanía (1985), Fresa y Chocolate (1993), Madagascar (1994), Viva Cuba (2005), Conducta (2014) entre muchos otros.

Precisamente, una de estas aristas ha sido la peculiaridad de la identidad nacional de los emigrados cubanos. La presencia de individuos en diferentes partes del mundo con un tronco cultural común pero enfrentados a realidades políticas, económicas y sociales diferentes ha provocado importantes debates sobre la conceptualización de la identidad nacional y, por tanto, de la cubanidad. En definitiva, ¿qué es ser cubano? A este dilema, sugerido a través de la película Miel para Oshun (2001), me referiré en el presente ensayo.

La relación de los emigrados cubanos con su identidad nacional no ha sido monolítica. La primera oleada de emigrantes cubanos a inicios del período revolucionario estuvo compuesta, en gran parte, por numerosos individuos provenientes de la burguesía antinacional que emigraban por motivos políticos, cortaban sus lazos con su pasado en Cuba y renegaban, en no pocas ocasiones, de su cubanidad. Este fenómeno es visible en ciertas producciones cinematográficas de los primeros años de la Revolución, como Memorias del Subdesarrollo (1968), donde es notable el distanciamiento entre los cubanos que parten al extranjero, como los familiares y amigos del personaje de Sergio, y los que permanecen en Cuba.

Como expuso Ambrosio Fornet (2009), ante esta primera oleada de emigrantes, varios defensores de la Revolución adoptaron posturas excluyentes: los emigrados dejaban de ser tratados como cubanos. La visión del proyecto revolucionario como único garante genuino de la soberanía nacional y, por ende, de la cultura cubana trajo consigo, en ocasiones, posturas dogmáticas.

Sin embargo, estas tendencias cambiaron en las décadas siguientes: la emigración empezó a estar determinada, mayormente, por razones económicas; y se dieron varios pasos hacia el reconocimiento de una cultura común entre los emigrados y los residentes en Cuba. Los diálogos establecidos entre el gobierno cubano y sus residentes en el extranjero, en la década del setenta, son un ejemplo de ello. Si bien este acercamiento no fue un proceso lineal y estuvo marcado por permanentes tensiones entre la diáspora y residentes en Cuba, la década de los noventa trajo consigo nuevos intentos de reconciliación. El aumento de las visitas a Cuba, la realización de espacios como la Conferencia de la Nación y la Emigración, los acuerdos migratorios, entre otros, contribuyeron a fortalecer la relación entre los emigrados cubanos y su nación de origen (Rodríguez, 2002). De esta forma, disminuyó la tendencia a la ruptura definitiva con Cuba por parte de sus emigrantes, predominante en las primeras décadas del período revolucionario.

Así, la producción artística y el discurso político gubernamental comenzaron a reafirmar la existencia de una cultura común para los cubanos de dentro y fuera del territorio nacional. La emigración comenzó a ser abordada de forma desprejuiciada en largometrajes de ficción como Fresa y Chocolate (1993), Nada (2001), Habana Blues (2005), etc.

De esta forma, la cubanidad empezó a ser reflejada como un todo dinámico y complejo. Se representaron en el cine, al igual que en las demás manifestaciones artísticas, los dilemas identitarios del emigrado cubano. El desarraigo apareció como tema central en algunos largometrajes como Lejanía (1985), Casa Vieja (2010) y Miel para Oshun (2001), donde los emigrantes vuelven a sus raíces, desconocidas para estos individuos de ‘‘identidad fracturada’’ (Del Río, s.f).

Miel para Oshun, dirigida por Humberto Solás, es ilustrativa: narra la historia de Roberto, interpretado por Jorge Perugorría, quien fue llevado a Estados Unidos durante su infancia; pero después del fallecimiento de su padre decide retornar a su tierra natal para encontrar a su madre Carmen. Su personaje retrata el particular desgarramiento emocional sufrido por los emigrados cubano-estadounidenses, así como sus conflictos identitarios. A diferencia de las perspectivas predominantes en las primeras décadas de la Revolución, el guión de Elia Solás presenta los dilemas del emigrado desde un punto de vista novedoso y desprejuiciado, en consonancia con el contexto histórico de los años noventa; y, a su vez, brinda importantes reflexiones sobre la configuración identitaria de los emigrantes cubanos.

A lo largo de la película, se esbozan algunas diferencias entre Roberto y los demás cubanos. Estas se ponen de manifiesto en su lenguaje, mediante el uso de expresiones en inglés, y en su reacción ante peculiaridades del contexto socioeconómico en el que se desenvolvía la sociedad cubana, como los apagones.

Desorientado, Roberto emprende un largo camino del occidente al oriente del país para reencontrar sus orígenes, personificados en su madre, interpretada por Adela Legrá. En este viaje es acompañado por su prima Pilar y su chofer Antonio, interpretados por Isabel Santos y Mario Limonta respectivamente. En el trayecto, no solo va descubriendo la geografía del país, también va conociendo elementos distintivos de la vida en Cuba: los apagones, los carros antiguos, las enormes concentraciones de masas en las plazas, los lemas escritos en carteles y muros, el sincretismo religioso, etc. Pero la fracturación identitaria del protagonista se evidencia explícitamente cuando este expresa:

“No he tenido una vida feliz. No. No sé quién soy. Si cubano, americano, si el uno o el otro (…) Ustedes, por lo menos, saben quiénes son, (…) pero yo no. Yo soy la nada. “

El contraste entre los pronombres personales ‘‘ustedes’’ y ‘’yo’’ contribuye a acentuar la diferencia entre el emigrado y sus acompañantes; dilema presente a lo largo de la trama. Así, del filme derivan preguntas trascendentales: ¿qué es la cubanidad? ¿Es acaso una mera suma de las características de la sociedad ubicada en el territorio cubano? Si bien este ensayo no pretende delimitar ni definir estrictamente la cubanidad, por la gran complejidad de su conceptualización, considero necesario retomar las reflexiones derivadas de este filme para este imprescindible -aunque sumamente complejo- debate, en aras de la tan anhelada reconciliación entre Cuba y su diáspora.

La historia de Roberto indica que la identidad nacional no solo está compuesta por las vivencias y tradiciones de una sociedad en un territorio determinado: implica un sentido de pertenencia. Desde los primeros minutos del relato se observa la emoción de los pasajeros del avión en el que viaja Roberto, al ver el archipiélago cubano desde las ventanillas, lo cual muestra la relación de pertenencia de los emigrados con su tierra natal. Por su parte, el protagonista representa al emigrado cubano que no olvida sus raíces y se siente identificado con ellas. Siente fuertes vínculos hacia su país de origen, a pesar de no haber vivido en él la mayor parte de su vida. Es profesor de español y de literatura latinoamericana, lo cual evidencia su interés en la cultura de su país de origen, y se emociona profundamente al recorrer las calles de su capital:

La Habana, ¡cómo te he soñado! ¡Cómo me deslumbras y me das pena a la vez! ¿Podría haber vivido aquí? En definitiva, esta es mi verdad, y no la otra. Pero, ¿me habría adaptado? ¡Ay, qué maravillosa confusión me provoca caminar por estas calles!

Las secuencias finales son esclarecedoras. En analogía al personaje de Vera de La Consagración de la Primavera de Alejo Carpentier, Roberto encuentra en Baracoa, específicamente en la desembocadura del río Miel ‘‘donde se juntan la casa de Yemayá y la de Oshun’’, su verdadera identidad. El abrazo del protagonista con su madre en la escena final de la película es símbolo del reencuentro entre el emigrado y su patria; entre el cubano y su nación.

Grandes han sido los esfuerzos para lograr una reconciliación entre Cuba y su diáspora, y numerosos obstáculos permanecen, como las acciones de la derecha contrarrevolucionaria y los prejuicios existentes de ambas partes. Pero, como es visible, desde finales del siglo XX las producciones cinematográficas cubanas, como fiel reflejo de la sociedad, adoptan como tendencia un discurso reconciliatorio.

La cultura cubana es una, y no debe ser limitada a la ciudadanía de un sujeto, ni al espacio geográfico en el que habite. Hay individuos en Cuba que reniegan de su cubanidad; y otros, asentados fuera del archipiélago, se han comprometido firmemente con el pueblo cubano y su cultura. La cubanidad genuina y consciente trasciende la geografía: reside en la cultura y el espíritu; y recibió, de Fernando Ortiz, el nombre de cubanía (Ortiz, 1949; Prieto, 2017).

Las breves reflexiones aquí expuestas enfatizan en la tarea común de los cubanos alrededor del planeta: la identidad nacional y la cubanidad no son conceptos estáticos, y defenderlos es un reto que se complejiza continuamente ante las constantes agresiones imperialistas estadounidenses y ante un capitalismo globalizador, donde diversas culturas coexisten y son engullidas por otras. Como sugiere el filme de Solás, la nación se expresa donde sea que haya cubanos que se identifiquen con su cultura y que se comprometan con su protección. La defensa de la identidad nacional cubana, en cualquier latitud del planeta, es uno de los mayores gestos de cubanía y patriotismo.

Referencias

Bibliográficas

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